viernes, 8 de junio de 2012

Compartiendo certezas: Luisa Muraro "La suerte de nacer mujer"

LUISA  MURARO [1]  en  la  Fundación  Entredós,

Madrid, 2 junio de 2012

 

Luisa Muraro y Milagros Montoya Ramos en Entredós

LA   SUERTE  de   NACER  MUJER”,   

la  fortuna  de  tener Entredós, “casa  habitada” por mujeres que practicamos la relación y  reconocimiento de autoridad a otra mujer más grande. Aquí alimento mis ganitas de “más de otra cosa”, de libertad femenina, de esa verdad que tiene que ver con lo que una es y lleva dentro. Gracias a la mediación de Milagros  Montoya  Ramos [2] fue  posible  estar con  Luisa  Muraro  y compartir su  pensamiento.  GRACIAS!!!


En el “antes del encuentro” busco  saber  más de  Luisa  y  en la preciosa biografía hecha “diálogo” de  Clara Jourdan y ella  me  paro en  este  capítulo, “La  mujer  de  Marx”, de él entresaco… 

(En los setenta)…”Fui feminista de verdad una semana de mi vida. Memorable semana… Una amiga me presenta a una feminista de Roma, “la feminista por excelencia”… Ella ponía en palabras la parte menos nombrada y más liada de mi vida… Lo más fascinante era que (en su modo de hablar) esa “vida privada mía” recién elevada a la dignidad de vida política… no recaía en mí… por el contrario, yo era victima e inocente y desconocedora de un poder que me había oprimido junto con todas mis semejantes… El poder masculino, el hombre, los hombres… De golpe salieron las cuentas; y me sentí tan bien y realizada!  Había sido puesta en el centro del mundo no por lo que sabía o hacia… sino por lo que era, una mujer y una victima… Ser mujer y víctima no solo me pareció encontrar la razón de todo (= al lío de todo lo que me hacía sufrir) sino también de tener razón en todo…
Seguí a la feminista, fui a Trento… En un intercambio con un profesor que había hablado en defensa de su sexo, que a mis ojos se había vuelto indefendible en unas seis horas… le ataqué, replicó y yo de rebote: “menos discusiones, una sola pregunta ¿Cómo se llamaba la mujer de Marx? ¿Te acuerdas? No, veo que no te acuerdas… Todo el problema está aquí. ¿Lo entiendes ahora?... Estaba tan contenta de participar en una asamblea finalmente resonante de voces femeninas. Era tan fácil hablar siguiendo el sentimiento… No pude volver a la bonita casa… lo pasé de acá para allá… en un especie de exaltación mental… dentro se incubaba un hilo de dolor… en el fondo había una conciencia de mi y del mundo que no había tenido nunca  antes. Cuando maduró el éxtasis cesó y yo me desperté. Ya no era feminista en el sentido común de la palabra… El nombre de la mujer de Marx es un truco retórico. Pero  no volví a ser la misma de antes… Yo soy una mujer de la “a” a  la “z”, del principio al fin, de la punta de la cabeza a la punta de los pies. Amén.
La mujer de Karl Marx se llamaba Julia Jean Bertha (llamada Jenny) von Westphalen”. (3)


Si Luisa estuvo una semana, yo estuve algunos años en este pensamiento donde “lo negado, la carencia” era lo que nos unía, daba sentido, lo más importante y la salida estaba en pelear para conseguir ese reconocimiento negado. Que reconocieran nuestros derechos, que las mujeres  estuvieran en los puestos de responsabilidad. A esta tarea dediqué mucha energía pero  fue frustrante, agotadora y con bastante sufrimiento por inalcanzable, porque no estaba en mis manos su solución y mi vivencia de valía  estaba atrapada en ese necesario reconocimiento.



Esta viñeta que me regalaron en un Congreso de Mujer y Salud  hace  muchos, muchos años… me parece refleja  muy  bien  ese  esfuerzo en el que estaba metida en el compartir  proyectos  políticos  y  personales  con  ellos en los que pensaba  que “su liberación también era la mía”…

El  cambio de mirada:
                                                         
“Yo soy una mujer de la “a” a  la “z”, del principio al fin, de la punta de la cabeza a la punta de los pies. Amén”.

Luisa lo decía así. Yo  gracias a ella y a otras, (como ya lo he dicho en otras entradas en  mi Blog), también aterricé en mí, “soy una mujer, soy diferente a ellos” esto cambió  mi  vida, en gozo y en la responsabilidad de “lo que está en mi mano”, “todo era más mío, más verdadero” pero si que es verdad que “es difícil” porque la medida masculina de todo lo aprendido sale  en esto que vivo y nombro como el “feminismo amable con una misma”, digo amable porque conseguí librarme de alguna de las “cucañas” inalcanzables, y es frágil, como todo lo femenino, ante la “voracidad masculina de poder y su retórica falsamente neutra” que deja fuera mi cuerpo o le quiere a su deseo. Frágil  también porque no  puedo dar nada  por supuesto, y esto sigue siendo aún un doloroso aprendizaje  en el sentido de que  “las mujeres  estén aquí y allá” no supone un cambio de mirada ni el  “corte” con el simbólico masculino que espero y deseo, ser  mujer no me lo garantiza porque hay que serlo “acogiendo  la  grandeza  y la fragilidad  de  serlo”. 

Que “ellos no sepan el nombre  de  la mujer de Karl Marx” ya no es una necesidad personal como lo era antes… no forma parte de mi reconocimiento personal, de mi vivencia de valía como mujer, ahora lo hago para mi y para otras, en el placer de “descubrir genealogía femenina” de visualizarlo por disfrute propio y  por compartirlo. Tanto entonces como ahora  “lo que ellos hagan, dice de ellos, como seres humanos hombres” si me “aclara” de la “mediación  en que se mueven” y de su “ser consciente” o “estúpido”, como dice Luisa. 

Milagros nos entregó este texto (4) para preparar el encuentro y  ahora  lo  comparto  “disfrute  de  certezas  y  apertura  a  lo nuevo” y “salud” para las amigas  que  hubieran  querido  estar aquí  con  ella  y  no  pudieron.
Textos  de Luisa  Muraro entregados  en  el  Seminario de Entredós
El discurso de Irina

            Uno de estos días, en la plaza de una ciudad de Emilia, una obrera que se había quedado sin trabajo a causa de la crisis que continúa desde hace dos años y no sabemos cuándo acabará, echó un discurso que le habría gustado a nuestro gran poeta Giacomo Leopardi: un discurso popular que dota la realidad del tiempo presente de una elocuencia cálida de afectos y sentimientos, la que gusta “a las mujeres y a las personas no letradas” decía él, que lo consideraba un criterio importante porque precisamente este tipo de elocuencia –sostenía– tiene el don de abrir el camino a la poesía lírica.[5]
Irina Petrescu, la oradora,  mujer y persona no letrada, intentaba con su discurso animar a las mujeres que la escuchaban a resistir y a luchar. El adversario más temible es la depresión, que ella llama “el mal oscuro”. Contra este mal enseña muchas estrategias, también minúsculas, también la fuga, y sobre todo la movilización de una fuerza especial que atribuye a las mujeres:

Soy obrera, vivimos del subsidio de paro desde hace alrededor de un año, perspectivas concretas no veo, va a ser larga la batalla sindical, yo no sé mucho pero seguro que esta crisis ha intentado ponerme de rodillas, he reaccionado, sí, he sacado esa fuerza que las mujeres tenemos, he gritado con tanta rabia que no me dejaré derrotar, que mi salud, ya precaria, no la voy a echar al pasto de la desesperación.

Siguen propuestas, vuelve a medirse con el adversario, habla de ella, ironiza, relata la ocupación que sus compañeros mantienen ante la fábrica cerrada y de su aportación: ha llegado el frío, ella no puede estar mucho delante de la fábrica, pero en casa prepara dulces y pizza para los compañeros, intenta no quedarse en casa a llorar, lleva sus modestos regalos y es feliz cuando ve que los comen con gusto. Luego explica que viene de un país pobre, por eso tiene recetas que cuestan poco e, inmediatamente después, con nuevo arranque: “tengo experiencia, he vivido una dictadura, y aquí estoy ahora en las barricadas”. Y concluye:

Voy a preparar la comida, os quiero un montón, queridas mujeres, sacad los bisontes [sic] que llevamos dentro, somos mujeres, no es cosa de todos.

Que haya mujeres es una suerte para la humanidad, pero ser mujeres no es fácil. Cuando digo que no es fácil, no estoy pensando solo en las circunstancias adversas de la pobreza, de la vejez, del aspecto físico, de la cultura negada, del trabajo que no hay, de la violencia sufrida o temida. También estas cosas pesan, seguro, y es amargo constatar que las circunstancias adversas sean tantas, demasiadas. Pero yo quiero decir que el ser mujer es una condición humana difícil de por sí, también en condiciones óptimas. Tanto si una es pobre como si es rica, guapa o fea, niña o vieja, humillada o venerada, no es fácil. No lo fue para la divina Marilyn Monroe ni para ninguna de mis dos abuelas: la campesina que no se dejó domesticar y la esposa del maestro a la que mataron dos hijos en la guerra: no lo fue para las dos hijas de Galileo, monjas sin vocación ni dote; no lo fue para la hija de Ana Bolena, Isabel, que fue reina de Inglaterra, ni para la compañera mía de escuela que se casó con un Agnelli (el apellido era otro), ni para la poetisa milanesa Antonia Pozzi, que renunció a la vida sin darnos un porqué, ni para las afganas bajo los talibanes antes, bajo la ocupación de la OTAN, ahora. Hablo, resumiendo, de la condición humana femenina, la más presente en la realidad y la menos representada con palabras y figuras, más presente y cercana, o, más bien, dentro de la humanidad de todos y quizás por ello tanto más difícil de vivir...  
            Y sin embargo, no cambiaría: nunca he deseado ser uno de ellos y no he saboreado nunca los relatos fantásticos de mujeres que se vuelven hombres. Algunas, quizá, piensen: será una suerte para la humanidad pero es una desgracia para muchas de nosotras. Y sin embargo, vemos que tampoco en las circunstancias difíciles desaparece completamente, acentuándose incluso a veces, como en el discurso de Irina, una grandeza de la propia pertenencia al sexo femenino de la que no se reniega.
            Podemos envidiar del hombre que no se embarace, estar convencidas de que sabríamos hacerlo mejor que tantos hombres estando en su lugar, podemos admirar las hazañas de este o de aquel y sentirnos virilmente dispuestas a hacer lo mismo, como Anita Ribeiro, que se unió a Giuseppe Garibaldi en la hazaña de la unidad de Italia. Son sentimientos vitales que no empequeñecen a una mujer, más bien no. Pero volverse como uno de ellos ¿vale la pena? Se pierde un modo único e insustituible de intimidad con el género humano: un precio demasiado grande. Se pierde un privilegio.  
Hay un principio, alcanzado por la ciencia mística, que dice que la grandeza en estado puro, la libre de cálculos y de autocomplacencia, no se conquista personalmente y no viene de los propios méritos: viene de una predilección o de un privilegio, es recibida como don. Ello puede ser aplicado a la comparación entre nobleza y burguesía. Puede ser aplicado a la comparación entre mujeres y hombres.
            El ser mujer es un privilegio, no distinto de los que daba el nacer noble en las sociedades aristocráticas antiguas: puedes no estar a la altura pero, como no lo has merecido, tampoco lo pierdes. Se equivocan quienes van por ahí diciendo “una mujer verdadera”; todas lo son. Pero, distinguiéndose de los de sangre, el privilegio del que estamos hablando se disfruta especialmente en lo más íntimo, en la confianza entre semejantas o en compañía de hombres conscientes, o también en las grandes pruebas. No se refleja, en cambio, en los escalafones de la sociedad, y en la sociedad se deja ver solo en destellos.
            Sin embargo, en estos casos de visibilidad no solo se le ve sino que da luz. Hay artistas que han vislumbrado este “más” femenino en la vida ordinaria, lo han visto en toda su potencia luminosa y lo han representado. Vienen a la cabeza muchos cuadros del pintor flamenco Vermeer, especialmente el que muestra a una mujer vertiendo leche,


o el director de cine Luchino Visconti con Anna Magnani (Bellissima). Pienso también en el retrato de Melanctha Herbert en Tres existencias de Gertrude Stein: “Melanchta perdía siempre lo que tenía, a causa de la necesidad de todo lo que veía”... Otro ejemplo del que me gustaría hablar es el vídeo The Greeting de Bill Viola, y lo haré.
The Greeting de Bill Viola
De los hombres gusta su ir a la caza de grandeza e inventarse empresas y aventuras, pero da miedo lo que luego con demasiada frecuencia se dejan detrás, como rótulos de alambre de púas, latas, armazones, odios, fronteras trazadas al azar... Y no gusta nada cuando se persiguen entre sí en una polvareda de títulos, cargos, carreras, promociones; ver entre ellos mujeres, como ocurre gracias a la emancipación femenina, es violento. El privilegio de ser mujer da una grandeza de otro tipo, que viene hacia ti entre las cosas ordinarias de la vida y llega hasta las más extraordinarias. El hacer carrera, alcanzar puestos importantes, tener mucho dinero, le añade poco. Tanto mejor para la interesada. Resulta, de todos modos, que la promoción social no incrementa mucho su grandeza, en contraste con lo que se constata entre los hombres, donde un hombrecillo sube al trono y todos (excepto los niños, dice Andersen) creen que ven a un gran hombre y, alguna vez en cierta medida, él lo llega incluso a ser.

Una fortuna para la humanidad
En una mujer, la grandeza estaba desde antes, era suya desde antes, no vistosa sino como una aventura secreta, como un vestido de diario pero diseñado por Valentino. Es necesario, sin embargo, que ella acepte su privilegio y lo cultive, como hicieron los nobles en ciertas épocas y en ciertos países. Si sabe llevarlo, entonces cátedra o cocina no marcan una diferencia sustancial; los cuentos de hadas lo enseñan.[6]
¿Estaba esta intuición en la célebre imagen empleada por Lenin para dar a entender lo que es el comunismo, la cocinera que llega a ser jefe de Estado? O, por el contrario ¿faltaba precisamente esta intuición y su fe era fe en la emancipación? ¿Naufragó por ello el movimiento comunista, por no haber sabido medir la fortuna que las mujeres son para la humanidad, o sea, por haber suscitado energías femeninas que desbordaron sus confines, y no haberlas seguido en ese ir más allá?
Cuando digo “una fortuna para la humanidad”, no pienso tanto en la simple procreación, o sea, en que todos nacemos de mujer, ya que nacer no lo hemos pedido. Pienso, más bien, en la manera verdaderamente lujosa en la que, excepto en casos desafortunados, las mujeres que son madres gestan y traen al mundo a sus criaturas, con pensamientos, proyectos, sueños y luego besos, abrazos, vestiditos, gorritos, palabritas, nanas. Y más aún pienso en el resto, es decir, en lo que no es procreación. Que es tanto que, sin ello, los más lúcidos piensan que el mundo se habría quedado reducido a una puerta desquiciada sobre el vacío.
            A quien me pidiera un balance final de tanta aportación, le sugiero que mire a su alrededor y reconsidere su vida hasta aquí. Luego volveremos a hablar, pero para dar la idea introduzco una modesta reflexión que a veces me viene cuando leo lo que escriben los que estudian el cristianismo.
            Las personas mayores se acordarán de la Italia que se motorizó con un proceso primero lento, luego tumultuoso, en el que en un determinado momento participaron también las mujeres. Su comparecencia fue inmediatamente saludada con una frase repetida una y otra vez: “mujer al volante, peligro constante”. Aun siendo yo entonces una niña, notaba la malignidad de la frase; a pesar de lo cual, creía que se correspondería con los hechos, hasta que llegaron las compañías de seguros a desmentirlo por completo: las mujeres provocan menos accidentes que los hombres. Y entonces me digo, irónicamente ¡qué pena que no haya agencias como las de seguros de automóviles que demuestren que, sin mujeres, una religión cristiana digna de este nombre no habría existido nunca, o incluso sí, pero se habría convertido en algo impracticable...! ¿Cómo lo sé, me preguntáis? Pero el problema es precisamente este del llegar a saber: si hay personas y métodos para verificar cómo van realmente ciertas cosas ¿cómo es que no los tenemos para verificar la presencia femenina en la obra de la civilización? Con seguridad, además de una calculadora, serviría el mirar por este lado; más allá de la estadística, ensanchar el horizonte. Hablar de religión, o sea, de las relaciones de la humanidad con Dios, sin tener noción de lo que ocurrió y puede ocurrir entre una mujer y Dios, es como pararse a mitad de la cuesta: se sigue viendo lo que se veía al comenzar o poco más. Hay mujeres que lo han contado también por escrito, frecuentemente entre dificultades notables, pero hay una manera de leer dirigida a escribir y publicar, la que sirve a la carrera intelectual, que es una ficción de lectura de la que el pensamiento femenino, por su naturaleza y calidad, se escapa.
            No se trata solo de la teología, obviamente. Hace años, uno de los fundadores de la antropología y de la sociología francesas, Marcel Mauss, sintió la necesidad de hacer una advertencia. Notad, dijo, que nuestra sociología está muy por debajo de donde debería estar porque hasta ahora hemos estudiado solo la sociedad de los hombres; nos falta una sociología de las mujeres y de los dos sexos. [7]
            Cuidado, pues, con sobrevalorar nuestros saberes, o sea, de hecho, con sobrevalorar lo que creemos saber. Cuidado, sin embargo, también con otro tipo de simplificación, la de la posición falsamente feminista de considerar el sexo femenino como la gran víctima de una gran injusticia masculina. Esta simplificación es típica de la política de los derechos que lleva a sobrevalorar lo que puede ser obtenido en nombre de los derechos y a minusvalorar a las personas con los recursos que ellas tienen.
            La interpretación de la condición humana femenina en términos de justicia negada, junto con la sobrevaloración de las respuestas que ofrece el derecho, hace una generalización que, queriendo traer socorro, empequeñece lo que muchas, muchísimas mujeres ponen en juego en sus relaciones con el mundo y con el otro sexo. En consecuencia, no ve lo que las mujeres consiguen inventar ni lo que queda por encontrar, que quizás sea inencontrable pero cuya búsqueda puede hacernos descubrir cosas no pensadas.
            Resumiendo, esa interpretación no deja ver la dificultad del ser mujer en su verdadera luz, porque la cuelga del proyecto abstracto y negativo de su eliminación, que es como juzgar enferma y descartar la ostra que contiene la perla.
            Además de la política de los derechos, también la psicología tiene la tendencia, que podría ser connatural a la propia disciplina, a hacer un agravio a la representación de las mujeres ofreciéndoles como espejo una normalidad plana, sin abismos ni cimas elevadas.
            Introduzco una explicación fabulosa, que ayuda, sin embargo, a explicitar la intuición que me guía: lo que sucede a las mujeres entre ellas y en sus vínculos con los hombres, sea para bien o para mal, es lo mismo que ocurrió cuando la vida se dividió en dos y “eligió” el cuerpo femenino para reproducirse: dos etapas biológicas que preceden en no sé cuántos milenios a los albores del Homo sapiens. Ocurrió entonces y, yo sostengo, sigue ocurriendo. En realidad, no ha habido interrupciones y esa vida se sigue proponiendo e imponiendo en cada cual.
            Mientras buscaba las palabras para esta especie de cuento de hadas, me he enterado de que existe una propuesta para escribir historia con un punto de vista más largo y profundo, más que los documentos históricos en sentido estricto, que llegue hasta los primeros días de la humanidad, una historia atenta a las relaciones recíprocas entre biología y cultura.[8] Y consciente de sus puntos de contacto. ¿Es que no sentimos que existen estos puntos de contacto entre la historia documentada que habla en voz alta y la historia silenciosa de nuestro ser organismos vivientes? Lo sentimos no “a pesar de” sino precisamente por todo lo que ha venido después hasta llegar hasta aquí sin solución de continuidad porque, a diferencia de la historia, la vida no conoce discontinuidades Nosotros no somos los de entonces, los de los primeros días; pensarlo sería absurdo, no somos siquiera como los de hace cien años y, en rigor, tampoco como hace un año; somos de nuestro tiempo, pero estamos vivos y la vida sigue fabricándonos sexuados, y los sexos  biológicos, a su vez, trabajan en la fábrica del presente que la obra de la civilización sigue rescatando, como puede, de su determinismo.
           Algunos han sostenido que el sexo biológico no tiene nada que ver con la política, escribe la pensadora feminista Geneviève Fraisse, y comenta: “Desafortunadamente, se equivocan, porque en situación social los sexos biológicos fabrican política”. [9]  Muy cierto, pero ¿por qué “desafortunadamente”? No, al contrario, es algo afortunado porque nos estimula a franquear horizontes achicados para concebir y practicar la política como una prolongación del impulso vital. En esta perspectiva las mujeres están en juego como protagonistas, porque todo indica que de esto ellas han hecho hasta ahora su máxima apuesta.
            Refutando la visión sumaria que, en la dificultad de ser mujer, ve solo justicia negada, el campo queda libre para concebir la condición humana colocada en el movible confín de una contabilidad que no va nunca pareja, lo cual no quiere decir perdiendo, al revés. Y, en consecuencia, también es así la acción política.  

Reconocer la excelencia femenina

Hay una política de las mujeres secretamente empeñada desde siempre, se puede decir, en mantener esta contabilidad que nos trasciende pero de la que los seres humanos somos una voz esencial a causa de la libertad que disfrutamos (y sufrimos). La llamada biopolítica no empieza cuando los filósofos empezaron a hablar de ella, sino mucho, mucho antes. (10]
El punto de vista unilateralmente neutro-masculino ha hecho simplificaciones también en la concepción y en la práctica de la política. Parafraseando a Marcel Mauss, podríamos decir que la política está muy por debajo de donde debería estar y creo que pocos me querrán contradecir en esta etapa histórica.
La simplificación que se ve desde mi punto de vista es doble: por un lado se confunde la política con la lucha por el poder, por el otro se tiene la pretensión de construir la sociedad justa, facetas que son ambas las dos caras de una misma medalla, exhibida sobre el pecho del protagonismo masculino. De un modo o del otro, los hombres reducen el significado de la historia humana y lo exageran porque esto les hace sentirse protagonistas.
De este teatro de tipo historicista, las mujeres, más que excluidas, están fuera porque comprometidas con otro-lugar/otra-manera poco llamativa pero que requiere, hoy más que nunca, ser tomada en consideración. Lo hace del modo más sencillo la obrera Irina que de la batalla sindical pasa a hablar de los panecillos que prepara con las recetas baratas de su país.
Decirlo en positivo y con claridad no es fácil sin caer en los estereotipos de la feminidad. Pero que ese otro-lugar/otra-manera sean capaces de iluminar la lectura de la historia humana, lo intuyen las personas dotadas de antenas sensibles: es intuitivo, por ejemplo, que la excelencia femenina no es superioridad relativa que requiera comparaciones continuas, y que, en cambio, hay que reconocerla por sí misma como un saber estar y seguir estando en presencia del mundo, presencia cuyo valor no depende del juicio histórico sino al revés: es la historia la que depende, para tener valor, de saberla reconocer. Saberla reconocer no es empresa fácil; se corre el riesgo de grandes resbalones: yo corro el riesgo de darlos, pero hay que probar.
En mi advertencia contra la tesis falsamente feminista no estaba solo, pues, la invitación, con la que muchos y muchas estarán de acuerdo, a desconfiar del victimismo, que cultiva el rencor en las víctimas con una caricatura de los sentimientos que les son debidos: solidaridad, respeto, compasión. Está también la propuesta de una postura más radical que tomar, a la cual podríamos llamar hacerse justicia, redimiendo esta idea de todo lo que tiene de violento y vengativo. Hacerse justicia: introducirse, con la propia persona, en un juego de concordancias y discordancias en las que somos jugadores, no jueces.
Sobre este tema me inspiro en ideas expresadas por una pensadora grande y solitaria, pero amada por mujeres y hombres, la francesa Simone Weil
Simone  Weil

en sus Cuadernos. Hablando de justicia (“composición concordante en planos múltiples”), ella escribe: está escondida y vale solo para el conjunto; antes de llegar a sentirla “es necesario haber sentido hasta qué punto ella no existe”. [11]
Cuando interviene la diferencia sexual (y en este sentido digo: entre mujeres y hombres, como también entre mujer y mujer) se juega un partido que sobrepasa las medidas de la justicia, con efectos de tensión y conflictos que hasta ahora han sido entendidos mal y resueltos peor.
Todos recordamos la imagen clásica, la de la Justicia personificada que sostiene una balanza, o sea dos platos colgados de las puntas de un palo, llamado yugo, que ella regula de modo que los platos se mantengan en equilibrio. Es esto lo que quiero decir, que entre mujeres y hombres la Justicia no encuentra en el yugo el punto que consentiría que los platos estuvieran en equilibrio y en vano busca contrapesos.
La demanda de justicia es algo irrenunciable en la convivencia civil y el principio de igualdad es su primera respuesta. Pero hay mucha injusticia hecha en nombre de la justicia, y al revés, por suerte: en el desequilibrio de la realidad injusta el ser humano encuentra el impulso para actuar con el fin de mejorar su condición. Yo hago, resumiendo, una invitación a usar creativamente la energía potencial de una realidad desequilibrada y a inspirarse en ello para actuar políticamente.
De esta idea deriva el título de un libro feminista de los años ochenta en el que también yo colaboré: No creas tener derechos. El libro narra pensamientos y vivencias de un grupo de mujeres en el contexto del movimiento feminista de finales del siglo XX y ha sido traducido a varias lenguas; extrañamente, en inglés, para el público de los Estados Unidos, fue publicado con un título distinto (Sexual Difference). (12]  
El motivo fue este: en los Estados Unidos, el significado del título original, antes incluso que inaceptable, habría resultado incomprensible. Asombra que se razone en estos términos en un país nacido fuera de la ley, donde el hacerse justicia retorna también en nuestros días en sus formas más vengativas y violentas. O quizá precisamente por ello. Pero en los Estados Unidos han aparecido recientemente películas que reniegan de este aberrante hacerse justicia, yendo a su otro significado, el de exponerse en primera persona, como Gran Torino, de Clint Eastwood (USA, 2008), y lo han logrado aprendiendo en la escuela de la secreta política de las mujeres de la que he hablado.
La idea de una excelencia femenina indemostrable pero reconocible porque sencillamente se muestra, esta idea hace justicia a las mujeres. En la pugna de los discursos, ella entra a juzgar más que a ser juzgada, como la carta del descabalamiento en ciertos juegos de naipes. Pero no concluye la partida sino que, por el contrario, la reabre desplazándose al horizonte que abraza las respuestas halladas y las no halladas todavía, pero también las inencontrables o encontradas por personas anónimas.
Del discurso de Irina Petrescu llama la atención que ella combata el mal oscuro de la depresión y los efectos del desgobierno económico sin separarlos. Quien encuentra el punto de coincidencia entre cosas tan distantes como la propia intimidad profunda y la economía global, obtiene un protagonismo muy distinto del que da el predominar sobre los demás. En ese punto se llega a sentir el ser.
Si me preguntáis qué creo que hago escribiendo este libro, os respondo: enciendo una luz. La toma de conciencia feminista abrió el pasadizo que la historiografía científica no conocía y que le cuesta reconocer. Lo reconocerá, no lo dudo, porque ha sido un acontecimiento histórico de tipo superlativo. Que tiene precisamente esta naturaleza: no un hecho en el fluir de los hechos, sino el transcurrir de los hechos que se interrumpe y en ese punto el devenir se convierte en la revelación de un ser. [13]
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Querida Luisa nuevamente, en este caso verte, escucharte ha sido otra oportunidad de luz que  “abre” mi vida una  vez  más,  como lo hizo en otro momento muy difícil tu libro “El Dios de las mujeres”!!!. Puedo  afirmar que tu deseo de “encender una  luz”… para mi  ha sido real, además de mucha otra ganancia en “salud” que tiene que ver con el acoger lo que a una le bulle dentro, esa certeza de ser que hace mi vida amable como te decía antes.

Gracias Milagros, Luisa Entredós.
Rosa  Millán  García.

(1) Luisa Muraro. Filósofa italiana que nació en el Véneto y vive en Milán, donde co-fundó y sostiene la Librería de mujeres de Milán. Ha enseñado filosofía del lenguaje en la Universidad de Verona, donde fundó en 1984 la comunidad filosófica femenina Diótima. Profesora en el máster en Estudios de la Diferencia Sexual y en el de Estudios de la Libertad Femenina del Centro Duoda de la Universidad de Barcelona. Ha publicado mucho, también en castellano y en catalán. Clara Jourdan, en diálogo con Luisa, ha escrito una biografía titulada Luisa Muraro (1940-), publicada en Madrid, Ediciones del Orto, colección Biblioteca de Mujeres, 2006. Obra traducida: “El dios de las Mujeres, Ed. Horas y Horas, 2006. “La experiencia de lo divino en la práctica política: Diálogo sobre el libro "El Dios de las mujeres" (horas y Horas, 2006)”, Duoda: Revista d´estudis feministes, Nº 34, 2008, pp. 221-238. “El pensamiento de la experiencia”, Duoda Nº 33, 2007, pp. 41-46. "Psicoanálisis y feminismo: el complejo de la madre muerta (retractatio del orden simbólico de la madre"), Duoda Nº 31, 2006, pp. 19-29. en colaboración con Lia Cigarini, “Feminismos del siglo XXI”. Lectora: revista de dones i textualitat, Nº 12, 2006, pp.25-32 "Feminismo y política de las mujeres", Duoda  Nº 28, 2005, pp. 39-47. "La prostitución, una caricatura", Duoda Nº 23, 2005, pp. 145-147. "Más mujeres que feministas", Duoda Nº 21, 2001, pp. 27-34. “Reírse de Agustín”, Duoda Nº 18, 2000, pp. 13-25. “Autoridad y Autoría” en Las mujeres y el poder: representaciones y prácticas de vida. Cristina Segura Graiño y Ana Isabel Cerrada Jiménez, eds. Asociación Cultural Al-Mudayna, 2000, pp. 9-20.   

(2) Mª Milagros Montoya Ramos. Fue profesora de Historia y coautora de materiales didácticos que acercan el saber a las alumnas y los alumnos, teniendo en cuenta sus vivencias y su deseo de ser. Mantiene viva la pasión de enseñar y dice que el mundo de la educación no le ha decepcionado nunca. Más bien le ha servido de estímulo para investigar, arriesgar, inventar y crear lo que todavía no existe pero es necesario. Por ejemplo: Sofías, relaciones de autoridad en la educación una invención simbólica y una práctica educativa nacida en el año 2000 de la política de las mujeres. Es además cofundadora de la Fundación Entredós en Madrid donde sostiene el espacio: “Una historia verdadera” en el que aprendí que la Historia de las Mujeres es la Historia y en él encontré medida, luz y sentido para la coordinación que hice del trabajo de investigación: “Ferrol en Femenino I, Mujeres en la historia de la ciudad. Rutas turísticas”. Milagros es cofundadora de Sabina Editorial, donde se gestan por “el deseo” libros preciosos, ella es la Directora.

(4) Tema del MASTER en ESTUDIOS de la LIBERTAD FEMENINA, 2011-2012 - DUODA. Recerca de dones. Universidad de Barcelona.

[5] El texto del discurso de Irina Petrescu salió en “Via Dogana” 93 (junio 2010) 13-14. La cita de Giacomo Leopardi procede de Novella Bellucci, Il “gener frale”. Saggi leopardiani, Venecia, Marsilio, 2010, 136.
[6] (Non è da tutti. L’indicibile fortuna di nascere donna, Roma, Carocci, 2011, 11-16. Traducción de María-Milagros Rivera Garretas).
[7] Cit. en Irène Thery, La distinction de sexe. Une nouvelle approche de l’égalité, París, Odile Jacob, 2007, 97.

[8] Lynn Hunt, La storia culturale nell’età globale, trad. italiana de Giovanni Campolo, Pisa, ETS, 2010, 72.

[9] Geneviève Fraisse, Quand gouverner n’est pas représenter, “Esprit” (mars-avril 1994) 104.
[10] (Non è da tutti. L’indicibile fortuna di nascere donna, Roma, Carocci, 2011, 11-16. Traducción de María-Milagros Rivera Garretas)., Pág. 16-21. 
[11] Simone Weil, Quaderni II, al cuidado de Giancarlo Gaeta, Milán, Adelphi, 1985, 40, (Cuadernos, trad. de Carlos Ortega, Madrid, Trotta, 2001).
[12] Sexual Difference. A Theory of Social-Symbolic Practice, trad. inglesa de Patrizia Cicogna y Teresa De Lauretis, Bloomington-Indianapolis, Indiana University Press, 1990; ed. or. Non credere di avere dei diritti. La generazione della libertà femminile nell’idea e nelle vicende di un gruppo di donne, Turín, Rosenberg & Sellier, 1987. El título original está tomado de la reflexión de Simone Weil citada antes, exactamente de la p. 41 de sus Quaderni II, cit.; (Librería de mujeres de Milán, No creas tener derechos. La generación de la libertad femenina en las ideas y vivencias de un grupo de mujeres, trad. de M. Cinta Montagut Sancho con Anna Bofill, Madrid, horas y Horas, 1991 y 2004).
[13] (Non è da tutti. L’indicibile fortuna di nascere donna, Roma, Carocci, 2011, 11-16. Traducción de María-Milagros Rivera Garretas).Pág. 21-25 y 34-35. 


[3)Clara Jourdan, en diálogo con Luisa, ha escrito una biografía titulada Luisa Muraro (1940-), Madrid, Ediciones del Orto, colección Biblioteca de Mujeres, 2006.Pág. 62-66.

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